22 abr 2019




A 13 años de su desaparición física, la figura del cura sigue presente y es casi insuperable. Su vida, su obra y el vacío que aún genera su ausencia

Escribe: Daniel Rodríguez
Desde el interior de una de esas grandes bolsas de harina, el sacerdote saca dos facturas y se las entrega a un pequeño después de la misa. “Gracias, padre”, responde la voz de un niño; “hasta mañana”, responde el hombre de sotana negra en un español rústico que se mezcla con el italiano que heredó de sus progenitores: Luigi y Amabile. Así era (y así fue) de lunes a viernes (religiosamente, valga la redundancia).
Al fondo de la calle López y Planes de barrio San Antonio, en Villa Nueva, todavía permanece la quinta San Ignacio de Loyola. Aquella, ubicada en la artería Tierra del Fuego, donde la campana sonara cada día a las 19. “Dios llama”, rezaba con letras negras el blanco campanario. Y llamaba en serio.
De igual modo, desde las 18.30 -media hora antes de la misa- ya había niños recorriendo las instalaciones. Es que a metros de la entrada principal había tres habitaciones destinadas a que los chicos jueguen antes de ingresar al rito diario. Una mesa de ajedrez, un pool y una mesa de ping pong, además de una sala de televisión: con el canal Cartoon Network ya fijado, eran parte del preámbulo. También había un escritorio donde el italiano hacía sus trámites, pero pasaba completamente inadvertido.

Apostillas
“No, socio, no juego al truco porque en ese juego se miente”, le dijo en algún momento Paolo Hugo Salvato -así era su nombre – a un pequeño que, ante la respuesta, enfiló hacia la pileta que todos los sábados y domingos el hombre ponía a disposición de los feligreses (había que ir a misa el día anterior para poder ir a refrescarse).
Todavía le resplandece la mirada a un hombre, mientras recuerda el momento en el que le regalaron su primera bicicleta (la cual utilizó de manera incansable, incluso “cuando tenía que visitar al vecino de al lado”).
Con algo de Curtarolo -su lugar de nacimiento- bajo las suelas de sus zapatos (y atento a los resultados del Milán, su club favorito), el clérigo recorría de punta a punta las Villas, buscando para los que menos tenían.
Así visitaba panaderías, el Mercado de Abasto y diferentes comercios que colaboraban desinteresadamente. Al principio fue difícil, pero en la última época, el verlo llegar era solamente la señal para sacar a la vereda y entregarle lo que ya tenía preparado. “Los martes se recorren las panaderías y los viernes, el Mercado”, explicó un adolescente que lo acompañó durante aquella época.
Aún persiste en la memoria la imagen de dos hermanitos que llegaban con dos toallas cuadradas totalmente iguales. Lo que parecía gracioso en la niñez, hoy es duro: su madre, de humilde condición, había cortado una toalla a la mitad para que cada uno tuviera la suya y pudiera ir a la pileta.

Un poco de historia
Acompañado por sus dos dálmatas y un collie, Hugo tuvo su espacio en la vecina ciudad tras haber peregrinado por diferentes lugares (incluso hasta haber sido expulsado, en su momento).
Hoy, que es todo silencio en las zonas aledañas a la parroquia, aún persisten en la memoria las interminables filas de vecinos que se preparaban para el Día del Niño o Navidad; cuando el creyente repartía juguetes desde arriba de la caja de una camioneta F-100.
Aunque el tiempo no perdona, queda la remembranza y las viejas melodías de los más pequeños de la familia corriendo entre las hamacas y la zona parquizada que también tenía dicho espacio (vale la pena mencionar que también había un anfiteatro y algunas casas pequeñas que supieron utilizar los boy scouts).
Un mural de un Jesucristo enorme, en la entrada del predio, parecía metaforizar todo lo que ocurría en el interior; el hecho de “amar al prójimo como a ti mismo”. Sin dudas, el sacerdote cumplió con ese mandamiento divino.

Expulsión
Pero antes de llegar al barrio San Antonio, Salvato tuvo que sortear diferentes cuestiones.
Ese hombre que manejaba la camioneta (luego Traffic) había tenido que vivenciar diversas historias que calaron en lo más hondo de su ser, mientras una enfermedad, de a poco, le iba acechando.
Aquella idea de radicarse en Brasil jamás se dio. En septiembre de 1965 conoció Villa María -justo en un aniversario de la ciudad- y decidió no abandonar las Villas nunca más.
A su llegada, tras aprender un poco más de castellano con las Hermanas Rosarinas; el hombre tuvo con un breve paso por la Catedral de Villa María. Más tarde, Hugo se instaló en la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en 1968 (ubicada en Salta 1999). Tenía 35 años y todo el poder con el que entregó esperanza y dignidad a los olvidados.
El, integrante de la Congregación Italiana de Los Pasionistas (fundada en Florencia y con sede en Génova), terminaría convirtiendo el templo en una extensión barrial. Más tarde le tocaría en suerte migrar a Cruz Alta, “por un reordenamiento de la situación de los sacerdotes misioneros”, explica Fabián Rubiolo en su libro “Desde este suelo argentino (2018)”, El Mensú Ediciones.
Más tarde, por desencuentros dentro de la Congregación, fue expulsado de la Diócesis. Por ello mismo, para recuperar el aval de sus compañeros de fe decidió viajar a la misma Génova durante 1984, pero las cosas no cambiaron mucho -al contrario-, también le dieron una respuesta negativa. Le propusieron reintegrarse cerrando su misión en la Argentina y con su trabajo en el Viejo Continente. No quiso. En ese mismo viaje, tras haber pasado varios días con rispideces (según comentó Rubiolo), fue expulsado. El panorama era aún más oscuro. Así y todo, volvió.
Una familia de nueve hermanos lo tenía a Salvato a un océano de distancia -seguramente eso lo haya afectado demasiado en los momentos más crudos-. Todavía se recuerdan la alegría y los ojos celestes llenos de brillo en la ocasión que sus hermanas Gemma y Rita visitaron el espacio que él habitaba.
Ya de retorno al país, afirmando: “Sólo puedo ver el cielo desde este suelo argentino”, Paolo tomó dinero que él poseía y emprendió el sueño de la quinta San Ignacio en 1986. Lo que en su momento había sido un espacio donde criaban cerdos, ahora era la “Comunidad joven para la gran comunidad”, según rezaba un cartel que estaba situado sobre un tapial enorme que estaba ubicado en uno de los accesos.
Y cómo no valorar su figura, si se puede rememorar el año 2001, aquel año de bolsillos flacos y caras largas. Mientras el país ardía en llamas, desde la “Comunidad” se podía ver una luz, una señal. Una botella de aceite, un paquete de salchichas, dos facturas con crema repostera o lo que fuera, siempre era bien recibido por los niños y los padres de la barriada. Algo sabía el clérigo de urgencias y crisis, había nacido un 4 febrero de 1933, con pólvora y hambre volando por los aires de Europa durante su niñez.
Pasarían muchos años y recién en 1999 el cura volvería a reconciliarse, tras haberse reunido con los monseñores Alberto Disandro y Roberto Rodríguez.
Tanto, pero tanto es lo que hizo por los otros, que fue inevitable que su fallecimiento fuera lamentado por todos. Aún continúan vivas las imágenes de hombres y mujeres con la cara tapada por sus dos manos. Ni siquiera esos diez dedos sobre los ojos bastaban para impedir la pena de aquel 17 de marzo de 2006.

Perfil
Hugo Paolo Salvato nació un 4 de febrero de 1933 en el pequeño poblado de Curtarolo, en la provincia de Padua (Italia).
Perteneció a la congregación de Los Pasionistas de San Pablo de la Cruz, fundada en 1815.
“Jesu xpi passio”, lema de su hermandad, quiere decir “la pasión de Jesucristo” en latín.
En 1968 llegó a Villa María, en el marco de una misión eclesiástica.
Falleció un 17 de marzo 2006 y sus restos permanecen en la entrada de la quinta San Ignacio de Loyola, en barrio San Antonio de Villa Nueva.


Homenajes
En Villa Nueva, todos los 17 de marzo (fecha de su fallecimiento), bajo la Ordenanza 2393/16, el Concejo Deliberante insta a que cada año se realice un evento solidario para evocar al querido padre; intentando continuar aquel legado solidario. También hay una calle con su nombre, además de una escuela en Villa María en barrio Malvinas Argentinas.


Publicado en El Diario del Centro del País

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