La última semana del enero pasado se
cumplieron veinte años del fallecimiento de aquel escritor, periodista, amante
del fútbol y de los gatos que dejara una gran cantidad de textos que aún siguen
siendo un éxito de ventas a pesar de la poca difusión publicitaria y académica.
Un verano de 1997 nos abandonaba el queridisimo "gordo".
Siempre sonriente, entre libros y con un cigarrillo en su mano derecha, aquel
que fuera causal de su temprana muerte.
El tabaco , y todos sus componentes, generaron una enfermedad que
primero lo internó, para finalmente sepultarlo, fue la causal de una desdicha
que aún sigue siendo lamentada. Así fue, que a los 54 años, Osvaldo Soriano,
nacido en Mar del Plata, hijo de padres obreros, dejó el mundo y un reguero de
relatos que siguen aún siendo consumidos por un grueso importante de lectores
ávidos de ficción.
Muy poco se ha sabido de él a través de la literatura canon, pero
lo cierto es que ha dejado una huella imborrable en el imaginario popular
argentino.
Comenzando como periodista en diferentes publicaciones gráficas del país
(Panorama, La opinión, Página|12, Semana Gráfica y demás) Soriano era dueño de
una pluma irónica, con algo de cómic, con algo de policial negro pero siempre
agudo y punzante a la hora emitir una valoración sobre la realidad del país.
Incansable creador de opiniones, entrevistas, relatos y novelas, Osvaldo fue
dejando diversas semillas literarias que aún siguen floreciendo.
Con Cuarteles de invierno (1980) o bien con No habrá mas penas
ni olvido(1978), pudo pintar la realidad del peronismo argentino (obras con
las cuales tuvo que exiliarse y encontrarse con diferentes colegas que padecían
lo mismo; entre ellos Osvaldo Bayer).
La hora sin sombra (1995), otra de las obras que muestra
su personalidad completa, contemplando a su padre (o lo que quedaba de él).
Amante de los gatos, su amigo Negro Vení, que lo acompañaba
siempre sobre su escritorio de madera, expectante, observando cada movimiento,
caminando entre las bibliotecas. Algún día, alguien dijo que Soriano, cuando un
gato se sentaba sobre alguno de sus borradores, se ponía muy contento ya que de
esa manera percibía que el texto iba a tener éxito.
Otra pata de su historia fue la de la crítica, la cual tal vez fuera la
más dolorosa. Los escritores intelectuales de la época, en medio de la bronca o
indignación, no lo aceptaron nunca como colega ya que él no tenía la misma cantidad
de lecturas y estudios - inclusive algunos hablaban de que él llegaba a las
reuiones con un bolsito donde llevaba los botines y la ropa de entrenamiento de
fútbol (otra de sus grandes pasiones). Sabemos bien, y no hace falta decirlo
que por aquellos tiempo no existía mayor antagonía que los
"pensadores" y la de cuero.
García Márquez tenía su Macondo, él tenía su Colonia Vela, un pueblito
perdido en medio de la nada que el utilizaba como un escenario incanzable para
cada creación; inclusive para alguno de los relatos fútboleros (Arqueros,
ilusionistas y goleadores (1998).
Queda mucho, muchísimo más por comentar de este entrañable juglar: No
habrá más penas ni olvido, A sus plantas rendido un león, El ojo de la patria y
muchos más. Pero es preferible dejar la puerta abierta, para buscarlo y
encontrarlo entre uno de los escritores nacionales que menos prensa ha tenido y
que más ha vendido bajo un manto de humildedad y sencillez única.
Publicado en El Observador de Monte Maíz, en Febrero del 2017
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