Martha Stutz, la primera nena cordobesa desaparecida que tuvo en vilo a todo el país.
* Mamá, ¿Me das 20 centavos?
* ¿Para qué, Martita?
* Quiero comprar la Billiken.
* Bueno, tomá, pero tené cuidado al cruzar la calle.
Ése fue el último diálogo. Luego de ello, Martita salió con sus nueve años a la calle y jamás volvió. Hoy, pasaron más de 60 años y aún suena en la boca de nuestros abuelos la historia de Marta Ofelia Stutz, o “Martita” como era conocida por los amigos de la familia y vecinos de barrio San Martin en la ciudad de Córdoba Capital.
Este episodio expuso otra cara de la sociedad, la débil y tierna. A su vez, se vio nacer una nueva forma y manera de crimen, que ahora atacaba y arreciaba también a los niños.
Por aquellos días de 1938, la gente se agolpaba frente a las tapas de los diarios o escuchaba la radio a cada momento para saber acerca de las novedades del caso.
En la mañana del 19 de noviembre, mientras el calor de la primavera llegaba de a poco, Martita había salido rumbo a la esquina de Castro Barros y Brandsen, lugar donde estaba el kiosco de diarios, para buscar su revista preferida. El canillita, quien era amigo de la familia, contó que recibió la paga, le entregó la revista y la vio irse calle arriba entre la muchedumbre. Aquel mismo día, había una multitud sobre las calles ya que se estaba inaugurando un centro cívico y el Gobernador Amadeo Sabattini andaba por la zona.
La hipótesis más temida terminó confirmándose con el paso de las horas: era un rapto.
“Desaparece una niña misteriosamente” tituló el viejo diario “La Orden”.
La familia, desesperada, concurrió a cuanto lugar pudo y de esta manera comenzó un rastrillaje enorme por cada rincón de la ciudad de Córdoba. Es más, los Stutz contrataron hasta a un astrólogo en medio del caos, provocado por la ausencia de la niña. Pero nada, Martita no aparecía.
La policía y todas las fuerzas de seguridad comenzaron con el paso de los días a fortalecer más los trabajos y la búsqueda. Mientras que los medios de prensa ponían en cada edición la foto de la niña narrando las novedades; si hasta dejaron de lado el conflicto que daba a entrever la inminente segunda guerra mundial.
Finalmente, un día de tantos, un grupo de niños declararon haberla visto a Martita, con vestido marinero celeste y su cabello rubio, yendo a las afueras de la ciudad con dos hombres, uno flaco y otro gordo a bordo de una voitturete verde. La zona es hoy conocida como Pajas Blancas, en cercanías del aeropuerto.
Al poco tiempo, la policía encontró un auto verde dando vueltas en torno al barrio donde vivía la pequeña. Detenido el conductor, resultó ser un hombre de contextura robusta, llamado Domingo Sabattino. Él, terminó tres años preso, pero jamás se pudo demostrar nada, por eso mismo salió en libertad. Semanas después, los uniformados detienen también a José Bautista Barrientos, otro hombre acusado por poseer antecedentes. En el patio de tierra de su casa aparece gran parte removida y rastros de sangre. El mismo Barrientos complica a otro vecino llamado Humberto Vidoni quien era dueño de un horno de ladrillos en las afueras de Córdoba (camino a La Calera). Vidoni, es literalmente, muerto a golpes en la comisaria. En su horno se encuentran cenizas, pero nunca pudo comprobarse de qué eran exactamente – recordamos que por aquellos momentos las técnicas criminológicas no eran tan avanzadas-.
El juzgado contrató a “Mono”, un perro sabueso de gran prestigio en aquellos años que fue llevado a la casa de la niña y luego a la de los Barrientos. El can, luego de haber dado vueltas por toda la residencia, se queda quieto frente a un tambor de quinientos litros, pero no hubo más que eso. Años más tarde, se sabría que los Barrientos traficaban menores, pero entre ellos nunca estuvo Martha.
En medio de toda esta debacle, aparece un personaje muy particular que ingresa al perfecto culpable: una niña de apellido Rivadero, quien salía de un orfanato (Hoy “El Buen Pastor”) para hacer tareas domésticas apuntó a un ingeniero de apellido Zabala diciendo estas textuales palabras:
“-Una tarde yo estaba en casa de una señora C., escuché a un hombre llamado Suárez Zavala, amigo de la familia; decía que le gustaban las menores.
-¿Qué menores?
-Niñas de 9 o 10 años.”
Zabala tenía un coche que no era una Vitourette verde, pero sí un Sedán Verde, con el cual vendía insumos a las farmacias. Inmediatamente, y sin dudas, fue detenido, incomunicado y llevado a prisión preventiva. Así nomás.
Nunca reconoció su culpabilidad, pero pasó cinco años tras las rejas “acusado por homicidio”. En tanto, jamás se encontraron los restos de Martita, por esta misma razón la causa se cerró, Zabala volvió a su libertad y partió rumbo a chile con destino incierto. Los periodistas en ningún momento se disculparon por la cantidad de veces que mintieron acerca de su paradero, de haberla encontrado o de haber visto su cuerpo sin vida.
Hoy, Martita tendría más de ochenta años, aunque nunca se supo dónde estuvo… o está.
*Publicado en El Regional en el mes de Mayo de 2016.
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