19 mar 2013



Las grandes mortajas que se tejen solas como un pañuelo infinito, las crueles uñas que crecen solo para dañar.  Las divisiones, las multiplicaciones, el mar de números para nada, para aparentar. El monótono y constante ruido de las calculadoras que vuelven a volver a empezar  la sumatoria en medio de un gélido cubículo de San Martín al 3000.  

¿Recuerda usted la espada de Damocles?
¿Ha visto usted como ha crecido la ciudad?

La soledad de un alto edificio vacío que casi pincha el cielo con su pararrayos, la triste compañía de gente sin techo mirando como la sombra de aquél gigante edilicio los va ocultando aún más.  
Las palabras que no son palabras, si no sonidos que se pierden en un mar de banalidades, de bocas que hablan todo el tiempo, de medios que comunican cosas que hacen que la gente se aísle más, la loca paradoja del “tengo lo que soy” y del “soy lo que tengo”.
Mientras tanto, el sol se desangra en ese ocaso que es el suicidio perpetuo, con la triste melancolía de que la jornada ha culminado y su lejanía no le permite tocar el pétalo de una dalia. 




PH : Laura Miramon



Veinte disparos en una pared, una cámara fotográfica, una silueta dibujada a tiza, un estallido, gente que corre, gente que paga, gente que cobra, gente que actúa como gente.
La última vez que sentí la nausea sartreana me encontraba yo caminando por el frondoso boulevard Oroño, entre palmeras y coches de alta gama: la calle me caminaba, los zapatos me usaban, la camisa me envolvía en su áspera tela y el fuego encendía un tosco cigarro que supuestamente me iba a mejorar y calmar.  Más allá, entre las nubes y los paraísos de un parque, una pequeña aparentaba disfrutar la primera primavera del mundo… Y yo me la perdía pensando que mi existencia era única y que mis amores fueron únicos y que todos somos distintos.
La existencia, tal como la espada de Damocles, cuelga sobre nuestras sienes, y vilmente redondea para arriba como aquella  calculadora de calle San Martín.  Demostrando hasta el hartazgo que todos nos parecemos, sólo que no todos nos disfrutamos.  


Y una tersa caricia hizo dormir nuevamente a todos los gigantes.

1 COMENTARIOS DE LA VAGANCIA :

Uve. dijo...

Lo has escrito tu? Waoo!! Está muy bueno el texto :D
Besos^^

De viejas tempestades

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