COMO
NO COLGAR UN CUADRO
Medianoche
en Arras, importante ciudad del norte francés, donde Francia casi se funde o
confunde con Inglaterra – famosa tierra del célebre Maximilien Robespierre, suelo
de valientes-. Yo estuve sentado toda la tarde en un banco verde de la plaza
central, a pocos pasos de “le centreville” y como a hologramas vi pasar, una a una,
a todas las personas y familias que, con seguridad, se dirigían al viejo teatro
de Los Leones. ¿Personas y familias? ¿Por qué los dividí así?
A las tres de la tarde estuve en casa,
solo, colgando un cuadro en la pared que da frente al ventanal. Cada golpe del
martillo parecía amortiguarse en mi cráneo. Pero es común, cual gota de agua
que golpea eternamente sobre una dura roca hasta atravesarla.
A las cuatro decidí dormirme sobre el
sillón, soportando todos los ruidos de su cuero, los gemidos de viejas pasiones
que supieron azotarlo y que hoy o están. Y sí… los objetos siempre quedarán
para recordarnos que fuimos a la vez que somos. Sobre una alfombra uno beso a
una mujer, a otra y a otra – aunque
suene denigrante e infiel-. Hoy ninguna de esas damas existe.
A las cinco de la tarde me paré frente
al cuadro y lo sentí como a una ventana. Él era un cuadrado meramente negro con
una pequeña imagen de un jarrón que parecía ir desapareciendo. Aquella burda obra me hizo notar de forma
extraña todas y cada una de mis miserias. Suena raro decirlo, hasta estúpido,
pero en el negro vi una ventana hacia mi sombra, hacía mí. Mi sombra abrumada,
siendo mostrada por un cuadro que parecía una ventana al hades – tan cerca del
infierno pero sin arder-. Pánico me
generó ver luego que al mismo tiempo que lo miraba mi sombra parecía intentar
arrojarse por el ventanal.
Esta
plaza me transmite algo, algo que soy y no sé. Me llena espacios que ni sabía que tenía. En Francia las personas no se detienen a
conversar en las veredas, el asfalto es como una gran cinta transportadora que
va a depositarte en el destino premeditado.
Mientras tanto yo estoy acá, en un banco, estancado y contando.
A las seis de la tarde bajé corriendo
las escaleras sin rumbo fijo, como quien camina para que su cabeza no se dañe
al impactar el suelo. Quería un tren, un barco, una taza o un revolver, no sé
(cuando ya no hay más opciones uno las inventa dramáticamente). Una risa enorme se desprendía de un taxi que
pasaba a marcha lenta sobre la sucia vereda que aún no me animaba a cruzar. Mientras tanto, el sol comenzaba otro más de
sus suicidios perpetuos, cayendo como una hoja en otoño (creo que ya no me da
tristeza).
A las siete de la tarde un viento comenzó
a despeinarme y una tenue lluvia humedecía cada una de mis partes. Caminé por
los callejones, por el centro comercial, las callejuelas flamencas me oyeron
silbar, y las adolescentes de escotes calientes se rieron de mí, con asco, una
vez más. No importa, eso me distrae. Algo más fuerte es lo que se ríe mientras
me observa a la vez que mueve los hilos de toda la gran marioneta.
La
lluvia hace al suelo brillar, lo llena de nostalgia, de tango, de pasiones
muertas. Ésta plaza aún tiene charcos con flores flotando. Rugosos pétalos
flotan, como una falda desabotonada que se la lleva la corriente del Sena. Ese
charco hasta ayer era irreal, yo no lo había visto: acabo de parir un nuevo
mundo.
A las ocho de la noche un hombre que
tocaba guitarra española me hizo sonreír a media boca al ver que tocaba bajo un
toldo verde para esconderse de la lluvia.
- El tres nos conecta a todos, por eso
podemos venir desde cualquier parte de Europa. Es toda la unión. – Me dijo
mientras yo imaginaba a un gusano de metal vomitando hombres. ¿Tan frágiles
somos? Siento que en nuestros edificios nos depositamos como en la góndola de
un almacén.
A las nueve ya no caía ni una gota y los
autos pasaban salpicando a cada uno de los soñadores que buscaban más que una
simple caminata.
La
bandera de Francia de la plaza parece triste, colgada del mástil llorando cada
guerra.
A las diez de la noche decido volver a
mi casa, esperar que la biblioteca me
sorprenda y poder leer algo o cenar junto al radio. Pero no, el cuadro (aquel anónimo
cuadro que ni autor tenía) que seguramente lo heredé de alguna abuela, ahora me
detiene. Yo ya no lo miro, él me mira, me analiza, cuenta cada una de mis
entrañas, mira mis carnes, todos mis defectos al desnudo frente a un trapo
pintado. Camino hacia atrás y mi sombra
tapa los huecos de las viejas balas de Judith.
Los
huecos, las balas, Judith, el cuadro, el ventanal, mi sombra.
A las once de la noche me descubro a mí
corriendo con aquel mísero cuadro bajo el brazo, como buscando un cerebro. Voy
llorando, tropezando a cada paso, tal vez ese cuadro sea todo lo que tengo- que
a la vez soy yo mismo-. Lo observo y corro, espiando sobre su oscura sombra. Lo
observo y me observa.
Llego al a plaza, la intento cruzar sin
mirar atrás pero tropiezo con la raíz de algún viejo árbol y el cuadro escapa
de mí, vuela, como arrebatado por quien
mueve la marioneta. Y cae. El cuadro cae, se perfora al medio con un grifo.
Defraudado lo miro y me siento en el
verde banco que está frente a la bandera que también lloraba ya otra perdida (o
la misma).
El cuadro ya no es cuadro y mi sombra ya no se va a suicidar porque la
acabo de matar al sentarme, atravesándola con el mástil. Por ahora sufre, hasta que ella y el frágil
tiempo vuelvan a ganarme.
Como
la sangre que a cada latido se me va, aunque nunca se marche, aunque siempre
vuelva.
Laucha
2 COMENTARIOS DE LA VAGANCIA :
that's pretty cool ;))
Ei lindo texto y cuadro, extraño nombre, nos leemos, saludos♥
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